Que los jóvenes no abandonen el sistema educativo es crucial. Los años de escolaridad pesan mucho en las posibilidades de desarrollo individual y social. La retención de nuestros niños y jóvenes es central. Hoy, en mitad de la crisis sanitaria y económica que atravesamos, hay grandes desafíos de entrada en torno a la deserción escolar. Debilitar la deserción (o mejor dicho expulsión escolar) debe ser un propósito implacable, pero también debe serlo el promover que no se debilite gravemente la calidad educativa. Las posibilidades en ambas dimensiones están disminuyendo. Especialmente en países en vías de desarrollo, como los de América Latina. ¿Cómo valorar todo esto? ¿Qué hacer? ¿Qué priorizar?
Indiscutiblemente, la mayoría de las evidencias internacionales muestra una correlación decisiva: crecimiento económico y progreso humano se asocian a la larga con avances en rendimientos educativos. Esto se aprecia en los resultados en las pruebas comparativas internacionales, las que, aunque poseen debilidades de diverso tipo, ofrecen indicadores que deben ser sopesados inteligentemente.
Varios factores determinan el progreso económico y desarrollo humano y no afectan por igual en los diversos países. No obstante, una lección que se desprende de estas correlaciones es que la apuesta a la calidad educativa es significativa. De poco sirve a la economía y al desarrollo que la gente se preserve en el sistema educativo o esté más años en las aulas si lo que se aprende es muy escaso y si no se generan capacidades significativas y competencia general para la vida. En ese sentido el desarrollo de mayores capacidades en nuestros jóvenes debe estar siempre en nuestro foco de atención.
Por supuesto la calidad no puede desligarse de la equidad, y por eso se requiere que nuestros jóvenes no sean expulsados del sistema. Si el joven no está en las aulas se desconecta del mejor entorno cultural y educativo que suele tener en nuestros países; son muchas las implicaciones cuando un joven es expulsado del sistema y, sin duda, de esa manera se desvanecen sus posibilidades para una mejor calidad de vida. Las acciones nacionales para lograr una mayor retención escolar son necesarias. Y con mucha mayor fuerza en un contexto como el que atravesamos. Pero no se puede perder de vista la calidad en la oferta educativa.
Las acciones para lograr una mayor retención no son sencillas y requieren muchos recursos, pero son imprescindibles. Más aun constituyen un imperativo colectivo. Pero buscar que haya buenos niveles de calidad es, también, crucial. Sin duda, de manera general, el intentar preservar y a veces aumentar los niveles de demanda educativa tienden a generar reacciones negativas y ponen en tensión a estudiantes, docentes, funcionarios, gremios y padres de familia. Esto debe tomarse en cuenta. Pero todo es mucho más tenso en mitad de una crisis. En medio de esta pandemia, que nos ha sacado de la presencialidad y ha congelado procesos de enseñanza y aprendizaje, todo se ha vuelto más complejo. Y aquí hay peligros de todo tipo.
Los peligros emergen no solo en relación con destinar o no acciones para prevenir la deserción. También en cuanto a lo que reciben los estudiantes en las aulas, virtuales o no. Hemos visto en algunos países que hoy se ven amenazados programas de estudio que en los pasados años habían tenido importantes avances (actualidad, coherencia curricular, pertinencia). En muchos lados se realizan ajustes curriculares. Y en ocasiones con actitudes intelectuales preocupantes. Para tratar de paliar la crisis, puede resultar más fácil olvidar las mejores perspectivas de calidad y progreso educativos. Un ejemplo: sería más fácil reducir objetivos educativos y realizar recortes a diestra y siniestra, sin mayor reflexión. Oficinas y funcionarios educativos poseen una presión fuerte para plegarse en esa dirección. No solo por facilidad, también por no tener clara una visión intelectual o una perspectiva más adecuadas. Es una situación difícil. Y no podemos negar que es un extraordinario reto, pues el escenario plantea una demanda colectiva por mucho mayor pensamiento y especialmente voluntad para encontrar una ruta adecuada.
Aunque parecieran objetivos contradictorios, promover la retención escolar y defender la calidad educativa son, en perspectiva, dos caras de la misma moneda. Y por lo tanto necesitan estrategias complementarias. Encontrar la integración de estas, aunque sea difícil, es central para tratar de generar los mejores derroteros para nuestra juventud y para el fututo de nuestras sociedades. Estas contradicciones están presentes en las discusiones que todos vivimos en medio de la pandemia de la COVID-19. Y no tenemos aun una respuesta clara. Probablemente, en algunos años, constataremos que las respuestas serían múltiples, muy ajustadas a cada contexto nacional.