Repensar la implementación curricular en pandemia y pos-pandemia

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En las últimas décadas el tema de las reformas curriculares ha cobrado importancia. En primer lugar, porque el mundo ha cambiado y se han trastocado sus escenarios: el siglo XXI no solo potenció una sociedad de la información y el conocimiento, también lo hizo con una intensidad que ha obligado a transformar todas las variables sociales, en particular la educación. Pero las cosas son más complejas.

No es solo un asunto del uso extraordinario de tecnologías, sino de replanteamientos de propósitos educativos. La clave que se ha subrayado son capacidades cognoscitivas superiores, o de naturaleza más holística, a veces asumidas como competencias.

Los cambios curriculares han buscado provocar generaciones con nuevas capacidades, ciudadanos con mejores herramientas para abordar los diversos contextos de la vida. Entonces: a la vez que capacidades, se busca que estas se manifiesten en la práctica humana. No se trata, por ejemplo, de capacidades para demostrar muy bien teoremas abstractos.

Con el fortalecimiento de la internacionalización y la globalización se ha impactado la gran mayoría de países en todos los continentes: cambios curriculares a lo largo y ancho del mundo. Y estos han demandado estándares unificados en la preparación escolar. Por supuesto todo esto ha presionado los sistemas educativos y las comunidades de sus agentes, docentes, supervisores, asesores, estudiantes, padres de familia, funcionarios estatales.

Muchos académicos, profesores y formuladores de políticas hablan de las “competencias del siglo XXI” y consideran elementos importantes como: “pensamiento crítico e inventivo; habilidades de comunicación, colaboración e información; y alfabetización cívica, conciencia global y habilidades interculturales.

¿Qué pasa ahora con el impacto de la pandemia?

La búsqueda por construir generaciones y una ciudadanía con capacidades superiores, habilidades del siglo XXI, obliga a ver las cosas con otra perspectiva. Pensamos que el espíritu de las reformas sigue siendo correcto. Tal vez no todos los programas sean adecuados o pertinentes, y de entrada requerirían ajustes, pero es correcto tratar de distanciarse de enfoques conductistas o de esquemas que enfatizan meros listados de contenidos y en su lugar proponer el cultivo de capacidades. Las reformas, sin embargo, deben ajustarse.

Hay que desarrollar lo que yo llamo un factor RRR: Repensar, Replantear, Reprogramar.

Repensar

El significado de las reformas debe repensarse, no solo por ejemplo en términos de usar más intensamente tecnología (lo que será inevitable) y acudir a estrategias a distancia y virtuales sino en cuanto a propósitos educativos mas amplios. Deberemos responder a dos cosas básicas: ¿qué enseñar en el nuevo contexto? ¿Cómo enseñar en este nuevo escenario?

Hay que trabajar con la generación que ha sufrido los embates de la crisis, y también con aquellas que vendrán. No necesariamente las perspectivas educativas deben ser las mismas. Esto es sencillo de plantear, pero complejo de realizar.

Este periodo nos ha enseñado que la educación debe estar preparada aun con mayor fuerza para la incertidumbre. Pues vamos a cohabitar con este virus, nuevas variantes u otros virus potencialmente igual de destructivos. Y entonces preparar a los agentes educativos para esa realidad es muy importante. Traducción: fortalecer la resiliencia, la adaptación rápida a los cambios, …

Otras variables macro han emergido con mayor fuerza. Un papel distinto de las familias en la educación es uno de ellos. La cooperación internacional es otro. El papel de las tecnologías y las perspectivas de enseñanza virtual, como vimos, también. Todos estos empujan a repensar, replantear y reprogramar.

Ya hablaremos de replantear y reprogramar.

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